
El calentamiento global, lejos de ser un fenómeno lejano o abstracto, ya está modificando la forma en que se cultiva, se elabora y se consume el vino. Lo que durante décadas fue una agricultura de precisión anclada al clima local y a la expresión del terruño, se ve ahora condicionada por temperaturas más altas, sequías prolongadas y una mayor inestabilidad meteorológica. La viticultura, una de las actividades agrícolas más sensibles al entorno, sirve como termómetro de estos cambios. En este escenario, el nuevo informe publicado por Vinetur este jueves, 22 de mayo, titulado «Impacto del Cambio Climático en la Viticultura Mundial y el Futuro del Vino», recoge datos científicos y sectoriales que dibujan una realidad ineludible: el cambio climático ya está reconfigurando la producción, la calidad y el mercado del vino en todo el mundo.
El informe documenta con datos científicos y económicos una transformación sin precedentes en el mundo del vino. La temperatura media del planeta ha aumentado de forma sostenida en las últimas décadas, lo que ha derivado en impactos agronómicos, económicos y comerciales visibles en todas las regiones vitícolas del mundo.
La producción mundial de vino se encuentra en mínimos históricos. En 2024 se contabilizaron 225,8 millones de hectolitros, una caída del 4,8% respecto al año anterior y del 10,3% frente al promedio de los últimos cinco años, según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV). Esta reducción se atribuye principalmente a fenómenos climáticos extremos como sequías prolongadas, olas de calor e incendios, además de la presión de enfermedades y plagas favorecidas por nuevas condiciones ambientales. Las regiones más afectadas son las del sur de Europa (España, Italia, Grecia), California, Australia y Sudamérica.
La vid es una de las especies agrícolas más sensibles al clima. Su desarrollo fenológico, desde la brotación hasta la vendimia, depende de una combinación de temperatura, luz solar y disponibilidad de agua. Con temperaturas más altas, el ciclo vegetativo se acorta, provocando maduraciones anticipadas. Esto conlleva un aumento de los azúcares y, por tanto, del alcohol potencial, mientras que la acidez disminuye, lo que altera el equilibrio del vino y compromete su frescura. La pérdida de aromas típicos, el cambio en los taninos y la falta de tipicidad son algunos de los efectos más señalados por investigadores y enólogos.
Los datos recogidos por el informe muestran que la calidad del vino se ve comprometida en muchas regiones tradicionales. El adelanto de las vendimias, observado desde los años ochenta en zonas como Burdeos o Alsacia, coincide con niveles más altos de alcohol y un desequilibrio entre madurez tecnológica y fenólica. En vinos tintos, esto puede traducirse en una menor intensidad de color y una textura más agresiva; en blancos, en la pérdida de la acidez natural que les da frescura y longevidad.
Mientras tanto, regiones situadas en latitudes más altas o a mayor altitud comienzan a experimentar condiciones más favorables para la vid. El sur del Reino Unido, el norte de Alemania o la isla de Tasmania ya han comenzado a plantar viñedos con variedades tradicionales que antes no maduraban de forma adecuada. También se observan avances en regiones de montaña de países ya productores, como Mendoza en Argentina o Priorat y Sierra de Gredos en España. Sin embargo, la migración de viñedos es una opción limitada. El alto coste de la tierra, la inversión necesaria, las restricciones normativas y la pérdida de identidad de las denominaciones de origen hacen que esta solución solo sea viable para grandes grupos o nuevos proyectos a largo plazo.
La mayoría de bodegas y viticultores están optando por adaptarse en sus fincas actuales. Una de las estrategias más implantadas es la selección de variedades autóctonas que han demostrado resistencia al calor y a la sequía. En regiones como el Levante español, variedades como Monastrell o Bobal están ganando protagonismo frente a otras foráneas. También se está trabajando con portainjertos más resistentes y con el uso de técnicas de viticultura de precisión que permiten controlar el estrés hídrico o la evolución de enfermedades mediante sensores, drones e inteligencia artificial.
Otra línea de trabajo, aún incipiente, es la aplicación de biotecnología, en especial la edición genética mediante herramientas como CRISPR/Cas9. Investigaciones recientes en Francia y Estados Unidos han identificado genes relacionados con la tolerancia al estrés hídrico y la resistencia a enfermedades fúngicas. No obstante, las restricciones normativas, especialmente en Europa, y la percepción pública sobre los organismos modificados limitan de momento su implantación comercial.
La gestión del suelo y del agua se ha convertido en una prioridad. Prácticas como el riego deficitario, las cubiertas vegetales, el compost y el no laboreo buscan mejorar la retención de humedad, reducir la erosión y fortalecer la estructura del suelo. La agrivoltaica, que combina paneles solares elevados con cultivo, comienza a aplicarse en zonas secas, como ciertas áreas del sur de Francia o del norte de Chile, permitiendo generar energía y reducir el consumo de agua al proporcionar sombra parcial a las vides.
El cambio climático también modifica el comportamiento de plagas y enfermedades. Las altas temperaturas y los inviernos más suaves están ampliando el rango geográfico y el número de generaciones anuales de insectos como la polilla del racimo o la cigarra vectora de la Flavescencia Dorada. En paralelo, enfermedades como el mildiu o la botrytis se presentan en momentos inesperados o con mayor virulencia. El manejo integrado de plagas y enfermedades, con técnicas de control biológico, modelos predictivos y variedades resistentes, es cada vez más necesario para reducir el uso de productos químicos y adaptarse a ciclos más erráticos.
A nivel comercial, la contracción de la oferta y la presión sobre la calidad han coincidido con una caída del consumo mundial. En 2024, el consumo se estimó en 214,2 millones de hectolitros, el nivel más bajo desde 1961. La pérdida de poder adquisitivo, la competencia con otras bebidas y el cambio en los hábitos de consumo están detrás de esta tendencia. Sin embargo, el valor del vino en el comercio internacional se mantiene alto gracias a la premiumización: menos volumen pero a precios más elevados. En 2024, el precio medio de exportación fue de 3,60 euros por litro, un récord histórico.
Las preferencias de los consumidores también están cambiando. Las nuevas generaciones muestran interés por vinos más ligeros, de menor graduación alcohólica, y por productos elaborados de forma sostenible. Las certificaciones ecológicas, biodinámicas o de viticultura regenerativa están ganando peso en los mercados, especialmente en el norte de Europa y América del Norte. Marcas que comunican con claridad su compromiso ambiental o su reducción de emisiones de carbono encuentran una respuesta positiva entre los compradores.
En este nuevo escenario, la sostenibilidad deja de ser una opción de nicho para convertirse en una necesidad estratégica. Las bodegas buscan obtener sellos de calidad que validen sus prácticas agrícolas y sociales, mejorar su imagen y asegurar su presencia en mercados donde estas certificaciones comienzan a ser un requisito. Las etiquetas orgánicas y las de comercio justo ya están consolidadas; las de viticultura regenerativa y huella de carbono neutral empiezan a surgir con fuerza.
El futuro del vino se encuentra en una fase de transición compleja. El calentamiento global obliga al sector a innovar en el campo, en la bodega y en la forma en que se presenta el producto al consumidor. La resiliencia pasa por integrar prácticas agrícolas más sostenibles, asumir cambios en los estilos de vino, aprovechar las nuevas tecnologías y reforzar la cooperación entre instituciones, productores, investigadores y distribuidores. Solo así podrá mantenerse la viabilidad económica del sector sin renunciar a la identidad de los territorios vitivinícolas ni a las expectativas del consumidor.
–Ver informe Impacto del Cambio Climático en la Viticultura Mundial y el Futuro del Vino