
En las últimas décadas, los incendios forestales han pasado de ser un fenómeno ocasional a convertirse en una amenaza constante para las principales regiones vitivinícolas del mundo. El aumento de la frecuencia y la intensidad de estos incendios se relaciona directamente con el cambio climático, según coinciden científicos y expertos del sector. Las temperaturas más altas, las sequías prolongadas y los episodios meteorológicos extremos han alargado la temporada de incendios y han hecho que zonas tradicionalmente moderadas sean ahora mucho más vulnerables.
El impacto de los incendios en el sector del vino es evidente en la cronología de los grandes siniestros registrados desde los años ochenta hasta este verano. En febrero de 1983, Australia sufrió el llamado “Ash Wednesday”, una serie de incendios que arrasaron viñedos en Adelaide Hills y Clare Valley, destruyendo bodegas y cultivos. En 2003, una ola de calor sin precedentes provocó incendios masivos en Portugal y España, afectando áreas vitivinícolas del Duero/Douro. En 2008, el norte de California vivió por primera vez el fenómeno del “smoke taint” o contaminación por humo en uvas, lo que arruinó la cosecha en Mendocino.
La tendencia se ha mantenido e intensificado. En 2009, los incendios del “Black Saturday” en Victoria (Australia) devastaron viñedos históricos semanas antes de la vendimia. En 2015 y 2017, California sufrió incendios que destruyeron bodegas y obligaron a evacuar a trabajadores durante la recolección. Europa no ha quedado al margen: en 2016 un incendio en Languedoc (Francia) dañó viñedos justo antes de la vendimia; en 2017 y 2022, Portugal y España vivieron sus peores temporadas registradas, con cientos de miles de hectáreas quemadas y daños directos e indirectos sobre la producción vinícola.
Chile también ha sufrido dos grandes olas de incendios en 2017 y 2023, con pérdidas irreparables de viñas centenarias en Maule e Itata. Sudáfrica experimentó incendios importantes cerca de Ciudad del Cabo en 2017, afectando fincas históricas como Vergelegen. Australia vivió su peor temporada durante el “Black Summer” de 2019-2020: más de 24 millones de hectáreas ardieron y regiones como Adelaide Hills perdieron hasta un tercio de sus viñedos.
En California, el año 2020 marcó un récord con más de 1,7 millones de hectáreas quemadas. El Valle de Napa perdió bodegas emblemáticas y muchas cosechas fueron descartadas por contaminación por humo. Desde entonces, más del 60% del territorio del condado ha sido afectado por algún incendio al menos una vez.
Europa ha seguido esta tendencia. El verano de 2022 fue el más caluroso registrado en el continente; Francia luchó contra su mayor incendio desde 1949 cerca de Burdeos, mientras que España superó las 300.000 hectáreas quemadas ese año. En Galicia, Castilla y León o Aragón se registraron daños directos sobre viñedos y bodegas.
El verano actual de este 2025 ha batido todos los registros anteriores: más de un millón de hectáreas han ardido en Europa hasta finales de agosto. Galicia ha sufrido su mayor incendio histórico con unas 30.000 hectáreas quemadas solo en Valdeorras; decenas de viñedos han quedado calcinados y bodegas familiares han perdido generaciones enteras de trabajo. En Portugal, los fuegos han alcanzado zonas vitivinícolas del Douro Superior y Beira Interior. En Francia, un incendio en Corbières (Aude) ha destruido hasta 1.500 hectáreas de viñedo, lo que supone cerca del 7% del área local.
El vínculo entre estos incendios y el cambio climático es claro para la comunidad científica. Las temperaturas medias han subido entre 1ºC y 1,5ºC respecto a los valores históricos en regiones como California o Australia; las sequías son más largas e intensas; las olas de calor son más frecuentes; los vientos extremos favorecen la propagación rápida del fuego. Los datos muestran que la superficie anual quemada se ha multiplicado por cinco desde los años setenta en California; Europa ha registrado tres años consecutivos con cifras récord desde 2017.
El sector vitivinícola afronta así una nueva realidad: cada vendimia puede verse amenazada por incendios o contaminación por humo. Las consecuencias económicas son graves: pérdida directa de uva o vino elaborado, destrucción de infraestructuras, cancelación del enoturismo durante meses clave y aumento drástico del precio del seguro agrícola (cuando está disponible). Además, existe un daño cultural difícilmente cuantificable: muchas viñas afectadas tienen siglos de historia.
Ante este panorama, bodegas y viticultores están adoptando medidas para reducir riesgos. Se crean cortafuegos naturales mediante el mantenimiento adecuado del viñedo; se eliminan especies invasoras inflamables; algunas fincas emplean animales para limpiar maleza alrededor de las cepas; se instalan sistemas antiincendios propios (depósitos, bombas portátiles); se reconstruyen bodegas con materiales resistentes al fuego tras cada siniestro.
La investigación sobre la contaminación por humo avanza: universidades como UC Davis o centros australianos trabajan para identificar compuestos responsables del sabor ahumado indeseado e idear tratamientos preventivos o correctivos tanto en campo como en bodega. Sin embargo, no existe aún una solución definitiva para proteger completamente las uvas expuestas al humo intenso.
Otra línea es la adaptación varietal: algunas regiones están probando variedades más resistentes a sequía o calor extremo (como Assyrtiko o Garnacha), modificando sistemas de conducción para alejar racimos del suelo o adelantando vendimias para evitar el pico estival.
La tecnología también ayuda: estaciones meteorológicas monitorizan humedad y viento; drones detectan focos incipientes; sistemas automáticos alertan a viticultores ante cualquier incidencia cercana.
A pesar de estos esfuerzos locales, los expertos insisten en que solo una reducción global sostenida de emisiones podrá frenar la tendencia actual. Si no se actúa a gran escala, los modelos climáticos prevén que los incendios extremos aumentarán un 30% hacia mitad de siglo y hasta un 50% a finales si continúa el ritmo actual de calentamiento.
El futuro inmediato apunta a temporadas recurrentes como las vividas en 2017, 2020 o este mismo verano: varias regiones productoras sufriendo grandes pérdidas simultáneamente; expansión del riesgo hacia zonas antes seguras (como Alemania o Inglaterra); presión económica creciente sobre pequeños productores incapaces de asumir repetidas pérdidas; posibles alteraciones duraderas en la oferta mundial de vino fino.
(vinetur.com)