Michel Rolland: En el vino siempre hay algo que inventar

Michel Rolland nació el 24 de diciembre de 1947 en Libourne, en el sudoeste de Francia. Tercera generación de viñateros, al término de la secundaria viajó a Burdeos para estudiar enología. En esa época conoció a Dany Bleynie, con la que está casado desde 1970 y tienen dos hijas. Esa década del ‘70 lo encontró trabajando y asesorando a bodegas francesas. Otra fecha clave de su vida es julio de 1982. Una tarde de verano un joven treintañero se presentó en su laboratorio de Burdeos. Era Robert Parker, que publicaba sus comentarios de vinos en la revista especializada Wine Advocate y se transformaría en el más influyente crítico de vinos del mundo.

Esa relación potenciaría a ambos hasta convertirlos en dos pesos pesado de la industria. Los ‘80 fueron para Rolland los años de la globalización de su trabajo, con el asesoramiento a bodegas en Estados Unidos, España, Italia, Argentina, Chile, India, Portugal, Marruecos, Sudáfrica, China y varios países más. Con él nació el nombre de Wine fly makers.

Aquí seleccionamos algunos trechos de entrevista de Rolland al diario argentino Clarín, a 30 años de su llegada a Argentina, país dónde asesora a diversas bodegas y es propietario de Clos de los Siete.

¿Qué le dicen las modas en el vino?

La moda existe en todos lados. Algunos pasan a través de la moda. Hoy se habla de la piedra blanca, el calcáreo. Pero antes de hablar de todo eso no hay mejor prueba que convencer al consumidor de que el vino que está en la copa es bueno. La gente está pidiendo buen vino. La moda y las ideas nuevas, en un 99% van a la basura y hay una que puede salir. No es una forma de vida que me gusta tanto. Yo quiero hacer la prueba antes que tener un discurso.

¿En el vino, hay algo por inventar?

Siempre, no sé qué, pero siempre. Y si lo supiera no te lo diría (risas). Mira cómo cambió el mundo los últimos 30 años.

En la película Mondovino fue cuestionado por el director, Jonathan Nossiter. Allí se denunciaba que usted estandarizaba el sabor del vino en todos los lugares donde lo realizaba. Ahora que han pasado más de diez años, ¿qué sensación le dejó esa acusación, le afectó, le dolió?

No me había dolido tanto porque era una tontería. Una tontería que ha tenido un impacto fuerte. A mí me hizo famoso. Yo había trabajado, me conocían, pero pienso que la gente me conoce mucho más desde Mondovino que hace 15 años. Para mí fue positivo. Me empezaron a llamar porque querían trabajar conmigo. Fue una crítica mala, no era verdad, y la gente percibió que era una pelotudez.

¿Cómo ve que países muy poblados como China o India empiecen a producir vino? ¿Pueden ser una gran competencia a futuro?

Es una pregunta peligrosa porque es a futuro. Lo bueno es que China o India nunca van a producir la cantidad de vino que el mercado puede absorber. Si los indios o los chinos se enamoran del vino y empiezan a tomar, van a necesitar importar. Y eso es bueno para los grandes productores.

¿Cómo es su trabajo, viajando de un país a otro, de asesorar a bodegas?

No es un proceso industrial. Cada año y cada cosecha es diferente. La añada pasada de Mendoza no fue igual a las anteriores. Desde 2013 a 2017 cada cosecha fue distinta. Tenemos que entender si hay más lluvia, menos lluvia. Es como un piloto de F1. Están haciendo el mismo circuito, pero un año corre con lluvia, otro a 45 grados. El piloto busca la Fórmula 1 para ir más rápido. El asesor busca también la forma de llegar al máximo nivel de calidad posible.

¿Qué virtud debe tener un enólogo?

Está el enólogo de empresa, que todos los días tiene que preguntarse qué hizo mal el día anterior. Luego está el enólogo asesor, como yo, que viaja por todo el mundo. Lo primero es tener es salud, porque siempre hay mucha comida, mucha bebida, mucho aeropuerto, viajes. Hay que tener la facultad de adaptación. Trabajando en Argentina, Chile, Estados Unidos, Canadá, España, Italia, con gente diferente, hay que adaptar el discurso al trabajo. Hay que ser normal y trabajar.
(clarin.com)