Por su fallecimiento, el gran falsificador de vinos quedó impune

Con él han muerto el secreto y el misterio de su ‘modus operandi’. Y, como corresponde al personaje, han pasado semanas hasta que se ha conocido el fallecimiento, el pasado 19 de mayo, en un pueblecito de Baviera, del mayor falsificador y estafador de la historia del vino, Hardy Rodenstock. Tenía 76 años. Como nunca llegó a ser juzgado ni pasó un día en la cárcel, su impunidad conlleva muchas sombras, y nadie sabe con exactitud cuántas «viejísimas» botellas que aún están en circulación por el mundo son en realidad producto de las falsificaciones de Rodenstock, quien en la foto aparece a la izquierda al lado del el empresario hongkonés James Tien y botellas supuestamente viejísimas.

El personaje es tan peculiar que incluso se llamaba de otra manera, Meinhard Goerke, hasta los años 70, cuando fue productor de música pop y se cambió el nombre. Ahí le entró la afición al vino y empezó a buscar botellas antiguas, generalmente de Burdeos, de principios del siglo XX y también del XIX. Hacia 1980 las fastuosas cenas que organizaba y en las que servía algunas de esas botellas, con asistencia de potentados y de periodistas famosos, se hicieron celebérrimas. Y se piensa que parte de esas botellas eran auténticas.

Pronto surgieron ciertas dudas, como cuando sirvió cinco viejas añadas de Petrus en grandes botellas de tamaño ‘impériale’ (5,25 litros) de las que Christian Moueix, propietario del ‘château’, afirmó que dudaba que jamás se hubiesen producido. Pero hasta 1987, con el asunto de las supuestas botellas de Lafite de 1787 que habrían pertenecido a Thomas Jefferson, no se precisaron esas dudas. Los historiadores norteamericanos negaron que en Monticello, la residencia de Jefferson, jamás habían estado esas botellas.

Lo que sucedía es que los aficionados ricos querían creer que aquello que descubrían tenía de verdad más de 100 años, y quienes lo cataban -incluidos renombrados periodistas- han afirmado que lo que probaban estaba muy bueno y parecía de verdad viejo burdeos. El truco empezó a llamar la atención cuando Rodenstock empezó a sacar esas botellas a la venta y obtuvo enormes ganancias: 175.000 dólares por la primera botella de «Lafite 1787» que Christie’s subastó en 1988. Los investigadores especularon pronto con una forma de proceder: Rodenstock compraba botellas antiguas, hacía imprimir etiquetas falsas muy bien imitadas sobre papel igualmente antiguo, las rellenaba con vino razonablemente bueno que él retocaba. (Una periodista dijo que le pareció reconocer un retoque con oporto…).

Pero nadie hizo nada hasta 2006, cuando un rico coleccionista norteamericano, Bill Koch, que había comprado en su día cuatro de esas botellas, reunió datos sobre todas las sospechas y demandó a Rodenstock. Llegaron a un acuerdo extrajudicial, y ahí terminó el único juicio al que el falsificador se podría haber enfrentado.

Lo triste del asunto es que muchos prefieren que se olvide porque se gastaron mucho en botellas de Rodenstock y esperan poderlas revender algún día.
(elmundovino)