El cambio climático amenaza el futuro del vino

En un futuro no muy lejano, es posible que lleguemos a saborear un buen merlot finlandés o un cabernet del Himalaya. Es una exageración, pero tampoco tanto, dadas las dificultades que el cambio climático está causando al cultivo de la vid y a la producción del vino.

China, Tasmania o Canadá en el futuro podrían ser los nuevos territorios en los que cultivar las uvas pinot noir, puesto que en Borgogna será cada vez más complicado, y el Champagne acabará produciéndose en el sur de Inglaterra.

Producción a la baja

En 2016, la producción mundial de vino cayó en un 5%, alcanzando uno de los porcentajes más bajos de los últimos veinte años. El aumento de las temperaturas y fenómenos meteorológicos cada vez más violentos y frecuentes afectaron a diferentes regiones productoras del planeta.

En América del Sur se registró un verdadero derrumbe, con caídas del 35% en Argentina y del 21% en Chile, principalmente a causa de El Niño, que trajo lluvias excepcionales. Por el contrario, Sudáfrica tuvo que hacer frente a graves sequías, que bajaron la producción vitivinícola en un 19%.

También en Europa la situación muestra un deterioro preocupante: si España se mantuvo más o menos estable, en Italia, el mayor productor mundial, la disminución fue de 2 puntos porcentuales, pero la peor suerte le tocó a Francia. En el país galo las fuertes lluvias, heladas y granizadas excepcionales fueron responsables de una caída del 10 por ciento, con la región de Champagne-Ardenne, que perdió casi un tercio de su producción.

La pasada primavera europea, las temperaturas más altas de lo habitual adelantaron la floración de casi tres semanas, pero la ola de frío, nieve y granizo de finales de abril causó desastres en toda Europa con cosechas enteras perdidas. A falta todavía de datos, ya podemos presagiar que también 2017 será un año complicado.

Miguel A. Torres, presidente de Bodegas Torres, da la alarma: “En el Penedès en los últimos 40 años, la temperatura ha subido 1ºC, lo que ha provocado que se avanzara la vendimia unos diez días de media. Por otro lado, en nuestros viñedos en el Pre-Pirineo, hemos tenido que proteger las cepas con mallas para evitar los daños provocados por el granizo, que es cada vez más frecuente”.

Vinos más alcohólicos y con sabores diferentes

La vid es una planta extremadamente sensible a las variaciones meteorológicas. Por tanto, las vendimias son diferentes de un año a otro y de una región a otra. El resultado varía en función de la exposición solar y la cantidad de lluvia, junto con otros factores.

Un clima más cálido conduce a una más rápida maduración de las uvas y por lo tanto requiere una vendimia más temprana. Además, bajo el efecto del sol, los ácidos contenidos en las uvas son reemplazados gradualmente por el azúcar, que durante la vinificación produce el alcohol. Un clima más cálido aumenta el azúcar en la uva y, en consecuencia, se obtiene un vino más alcohólico.

La Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) ha detectado un aumento general en el contenido del alcohol mucho más rápido en los últimos 50 años que en los anteriores 30. El fenómeno es particularmente notable en el Mediterráneo, donde ya no es raro encontrar vinos con un contenido de alcohol próximo al 15%. Esto supone también un problema comercial, ya que el mercado pide precisamente vinos más ligeros.

Existen técnicas para controlar artificialmente ésta eventualidad, pero está claro que el cambio climático podría obligar a modificar algunas de las prácticas consolidadas en siglos de producción vitivinícola. Y lo más probable es que cambien también los sabores tal y como los conocemos y las áreas en las que se produce el vino.

Los blancos, por ejemplo, necesitan un clima más fresco para desarrollar el aroma, tanto que en Alsacia, la tierra de las uvas Riesling, Gewürztraminer o Pinot gris, muchos agricultores se han visto obligados a recurrir a la técnica de acidificación para añadir frescura a su néctar.

Finalmente, el aumento de las temperaturas conlleva también otros riesgos para la viña: nuevas enfermedades, inundaciones y erosión del suelo debido a las lluvias torrenciales, heladas recurrentes en primavera y el aumento del moho.

Controlar el aumento de las temperaturas o mudarse

La preocupación por el destino de los viñedos se desató en 2013, cuando, quizás con un poco de alarmismo, un climatólogo estadounidense publicó en el National Academy of Science Journal un estudio en el que se predecía la desaparición de los viñedos franceses debido a la subida de las temperaturas.

En realidad, Francia produce vinos de calidad desde hace siglos y se ha adaptado a varios cambios, incluyendo algunas enfermedades procedentes de América en el siglo XIX que casi acabaron con todos sus viñedos. Es fundamental, sin embargo, que la situación sea gobernada y que se respeten los límites en el aumento de temperatura requeridos por los Acuerdos de París. Por debajo de este umbral existen soluciones adoptadas con éxito en la mayoría de los viñedos y las consecuencias pueden ser contenidas.

Es lo que asegura también Miguel Torres: “Contra el aumento de temperaturas, siempre que no sean superiores a un grado, podemos intentar retrasar la maduración con prácticas vitícolas en el propio viñedo, como la reducción de la densidad de plantación, la utilización de determinados porta-injertos, técnicas de laboreo, etc. Más allá, habrá que plantearse desplazar los viñedos”.

En el norte de Italia, las uvas chardonnay y pinot noir se trasladan ya hasta los 600 metros de altura y en la Ribera del Duero se ha llegado a casi 1.000 metros. Los fabricantes franceses, por otro lado, ya están plantando en nuevas áreas en el norte de Europa.

“Nosotros estamos experimentando desde hace años para encontrar variedades antiguas que puedan resistir mejor a las altas temperaturas y la sequía. En algunas zonas podríamos introducir monastrell en vez de tempranillo, y tempranillo en vez de pinot noir. Pero ya no serán los vinos a los que los consumidores están acostumbrados. Nos estamos preparando para el nuevo escenario climático con la compra de tierras a mayor altitud e invirtiendo en I+D para garantizar que las generaciones futuras puedan continuar elaborando vino de calidad”, explica Torres. Lo que ya sabemos con certeza es que el vino que beberemos en 2050 no será el mismo que bebemos hoy.
(lavanguardia.com/Alberto Barbieri)